Capítulo 5:
Pululando por el barrio de Sants.
(Para leerlo, clickear en el enlace y luego descargar el archivo)
Debajo: Paseo de San Antoni (Barcelona)
Capítulo 5:
Pululando por el barrio de Sants.
(Para leerlo, clickear en el enlace y luego descargar el archivo)
Debajo: Paseo de San Antoni (Barcelona)
Algunos apuntes sobre la novela (sin llegar a destripar su contenido).
La sonrisa de Klara (suburban girl) era, visto lo visto y tras darle algunas vueltas (no demasiadas tampoco), el único título posible. En primera instancia lo llamé El día que no amé Barcelona, y cosas así. Otro iba a ser sencillamente Klara. Finalmente me quedé con ese. Al final hay que poner uno. Pero es que creo que tiene todo el sentido del mundo.
LA SONRISA DE KLARA (suburban girl)
Como autor de ésta novela no sé bien que podría decir aparte de lo dicho en la sinopsis, que por otro lado decir no dice ni una mínima parte. La sonrisa del título no es algo aleatorio, sino que para mí es un elemento simbólico y literal a partes iguales, que da un sentido a lo que dentro acontece. Esa sonrisa lleva suscrita la firma de lo real y de lo figurativo al mismo tiempo, dos universos que se retroalimentan. El personaje de Klara y su sonrisa contorsionista y luminosa de múltiples expresiones y significados, a la manera invisible, ronda la novela en cada una de sus páginas, como un olor tranquilo o una imagen superpuesta. Es un espectro caliente, un resplandor que se hará cada vez más pálido, y eso la convierte casi (o sin casi) en el personaje central (o capital) del relato, al menos sobre el que gira sino la suerte de los acontecimientos que experimenta Daniel (el personaje narrador), sí sobre la percepción de éste sobre la realidad manifiesta de sus circunstancias.
A veces todo lo que está viviendo Daniel le parece un sueño, algo irreal, y es esa una sensación que le acompañará durante casi toda su estancia en Barcelona, en ese viaje a ninguna parte. Daniel, nuestro personaje principal, narrador y protagonista de la novela, nos lleva de la mano en primera persona por la metrópolis barcelonesa (por sus avenidas anchas y luminosas, sus áreas más suburbiales, o ciudades vecinas de extramuros), lugar a donde llega desde Santander (la ciudad que le vio nacer y la única en la que había vivido hasta el alumbramiento barcelonés y sitgiano) en un estado de total extravío, mental y físico. En realidad no es verdaderamente consciente del porqué está allí, aunque en ocasiones se interroga sobre si el motivo es recuperar la amistad, la confíanza y el afecto de Klara, de mitigar su sentimiento de culpa, o de reiniciar su vida en el lugar donde nació y fracasó su experiencia con ella.
Es así que nos encontraremos a un ser despistado, un chico de provincias con un carácter dado al ensimismamiento. Daniel es alguien que ha perdido el entusiasmo y la alegría que le conferían un idealismo exacerbado, inagotable, algo pueril y vertebrado en una pasión por el dibujo que le susurraba que iba a ser un dibujante profesional que viajaría por el mundo para conocerlo, pura ingenuidad ya digo, puro latido del niño que llevamos dentro: lo que podríamos adjetivar en cierto punto como el quijotismo, esa personalidad entusiástica que rebasa los límites del mundo cuerdo y sus convencionalismos sociales, esa resistencia a ser cómplice de la existencia cotidiana, de pensar y actúar como los demás.
Daniel aterriza en ese mundo enorme (a sus ojos) que es Barcelona y sus extrañas (a sus ojos) gentes, donde siempre deseó estar (mucho antes de conocer a Klara), una gigantesca jaula dorada en la que se concentra una extensa diversidad de culturas y nacionalidades, de juventud y oportunidades, de libre albedrío. Pero en la novela lo veremos en su segunda etapa barcelonesa, recién llegado, ya sin Klara, esta vez desde el reverso de ese Daniel previo entusiástico (aunque también le conoceremos en su primer estadío, cuando conoce a Klara y se va a vivir con ella, en el 2006, a Sitges, donde veremos su capacidad para el asombro, sus torpezas, su inadaptación, sus equívocos de provinciano, su refugio en la bebida).
Daniel, treintañero idealista (quijote como digo), con una mancha a cuestas que siente pesada como una losa, camina a tientas tembloroso, con la cruz de piedra de la culpa a sus espaldas. Le pesa el error cometido con Klara y lo arrastra como una concha de caracol a través de esa Barcelona brillante acostada en el tumulto y acostumbrada a una vida siempre acelerada. A veces se siente un ser impostado y miserable, disfrazado de algo o alguien que no es él, quizá porqué en Barcelona tomará la identidad de algo o alguien, comenzando por la de un vendedor de telefonía fija e Internet a puerta fría, que se dedicará a perorar al viento en cada vecindario que acometa, por cada zona suburbial donde le destinarán unos jefes codiciosos y maleantes. Por pura “casualidad” (las casualidades no existen) un día le enviarán a Santa Coloma de Gramanet, ciudad dormitorio de extrarradio donde se hacinan los denostados y los inmigrantes, un submundo suburbial por donde cruza el río Besós como una serpiente y cae la alargada sombra de la capital, allí donde Klara residía entre grises y cenizas cuando Daniel la conoció.
Klara y su escogido avatar suburban girl, de Santa Coloma de Gramanet. Klara era suburban girl allí. Contestataria, rebelde, insurrecta del orden y de las normas sociales, brujilla pelirroja en un mundo de hormigón sin aparente salida.
Y entre peripecias pueriles, en su caminar entre insomnes, Daniel tratará de olvidarse de sí mismo, del agujero baldío e indeterminado en que cree haber caído su amistad con Klara y viceversa, lo que en algún punto de su mente ya reconoce irreversible, sin querer hacerlo.
Mas adelante llegarán las descripciones de su conciencia inviolable, un avatar irreverente de nombre BatemanXXII que empleaba para escribir en una página comercial sonoros libelos sobre la sociedades de consumo. De repente cobra vida y se pone a soltar parrafadas sobre las identidades urbanitas. No se aburre en su empeño sociológico. Pero antes de eso una entrada al escenario repentina, cuando en un ataque de debilidad del propio Daniel, toma por primera vez el control sobre él. O quizá ya lo había tomado mucho antes. Pero Daniel se hace consciente de ello en ese instante. Daniel, que también tomará prestadas identidades artificiales en su nueva vida barcelonesa (de vendedor a domicilio, etc), es algo que no se explicará en la novela pero sí se describirá sobre la marcha, desde la negación a través de esa resistencia suya constante al traje y corbata (ese no sentirse cómodo dentro de él), a una identidad falsa que entiende no es ni podrá ser nunca la suya. De ahí al abandonarla, al quitárselo, se sienta de nuevo libre, un pez salido de la pecera dipuesto a nadar río arriba, a saltos, como los salmones.
Llegado a Barcelona, cada movimiento físico de Daniel parece buscar desesperadamente la sonrisa de Klara, la ve por todas partes, Barcelona está impregnada de ella, de su espíritu jovial y otras veces taticurno. Sin embargo, aquella imagen ditirámbica de Klara comienza a verla como un algo lejano e irrecuperable, una arcadía que es un planeta rocoso repleto de cráteres y túneles por los que pisó un día en otro periodo y otro lugar que no es ese y no sabe como encontrarlo. La cercanía física con Klara, al vivir de repente en la misma ciudad, ha convertido la sensación de alejamiento en algo más vívido y real. El destello muere en la mirada que se apaga. La cercanía física (paradójicamente) provoca más lejanía emocional, más vacío y desolación, más soledad, y con ello llega la atonía, la indiferencia al mundo. Sin quererlo Daniel ha ido creando una barrera de incomunicación construida con una corteza de naturaleza impenetrable. La frontera comunicativa que fue el teléfono o el chat, añadida al inmenso poder mágico de la imaginación, originó primero una isla compartida entre dos de intimidad, ingenuidad y entusiasmos (también de confesión y revelaciones tristes), para luego transfigurarse en dos trozos de tierra yerma separadas por un muro de espinos astillados. Y de gritos. Y de recriminaciones. Y de incomprensiones.
La sonrisa de Klara, por tanto, muta, se da la vuelta como un calcetín de lana sucio y arrugado, pasa de luz cegadora que deslumbra a Daniel en su inicio a esa iniquidad de la orfandad de su ausencia. Sin ella Daniel vive a oscuras en esa gran ciudad multicolor que lo devora en su grandiosidad, en su andar con prisas por todas partes, vagabundear sin saber a donde, caminar por avenidas, callejuelas y bulevares sin destino (o a vender su mercancia), porque carece de hogar o al menos eso siente. Es un apátrida, un desarraigado, un paria. No existe hogar para él, ni dentro ni fuera, ni en Barcelona ni en Santander ni en ninguna parte. Daniel ve como la gente no se mueve en Barcelona, sino que se teleporta. No anda, más bien corre, no se detiene demasiado a pensar, respira y se dedica a actúar sin más, a resolver los numerosos problemas cotidianos. Eso parece hacer la gente en la cabeza de Daniel.
La sonrisa de Klara pretende reflejar una amistad sincera y pura que nació trascendiendo los márgenes impostados del mercadeo de relaciones que se suelen dar en las sociedades occidentales, y que nace de la voluntad solidaria de dos niños encerrados dentro de dos cuerpos adultos, a uno de los cuales, Klara, la realidad le está desbaratando y haciendo un daño terrible. La sonrisa de Klara, en su mueca feliz, en su literalidad, es la imagen férrea y resplandeciente de una persona (la propia Klara) que pasa por un mal momento personal y que parece haber perdido la fe cuando Daniel irrumpe en su vida por sorpresa (como aparecen ciertas cosas desde esa indeterminación que llamamos destino) a través de una página web. Aunque a ojos de él no existe mérito en su llegada, es ella la que desde su arrojo le emociona y le va relatando algunas mezquindades de su presente (se desnuda ante él), y a su vez el mundo barcelonés de multitudes, metros y avenidas, el universo gris y emigrante de Santa Coloma donde vive junto a su ex y la perra Niebe, algo refrescante y totalmente desconocido para Daniel, que contempla, a través de la renovada sonrisa de su amiga Klara, su propio reflejo de felicidad, en ese juego mutuo de mirarse entre espejos, de poder despojarse el uno en el otro de su propia realidad. Pero todo eso es antes, antes de la novela (aunque habrá pasajes de ello dentro de la obra).
Su vuelta a Barcelona (esa segunda de Daniel), es una vuelta sin una finalidad diáfana y concreta. Es el regreso al lugar donde fracasó en su misión de felicidad para Klara (y para él), de proyecto compartido, es quizá el advenimiento del derrotado, el idealista que busca su entierro, o sabe de su muerte próxima (la muerte del idealista). Asume su cobardía y sabe que sus heridas no sanarán como las de otros, carece de lengua para lamerlas, pero eso tampoco le importa demasiado. Su corazón sufre pero le dicta, le impone recuperar la amistad de Klara (porque aunque no lo sabe aún, no se puede evitar lo que se siente), pero en su fuero interno sabe que no es posible. Y llegan los agujeros de bala de la memoria, los amores perdidos, los de la infancia y la adolescencia. Aún así, no ceja en su empeño desde una sobriedad y una terquedad incomprensible. Quiere recuperar aquella línea de fuga primera, aquella claridad y transparencia anterior, tan cercana pero tan lejana en el tiempo. Quiere que todo vuelva a su ser, a verse tal cual era todo.¿Pero era real ese todo?
Mientras tanto, BatemanXXII, alter ego y avatar de Daniel en una página web (autoproclamado ante Daniel como su conciencia inviolable), aparecerá en una tercera persona en distintas ocasiones. Saldrá con su traje de explorador a auxiliarlos (a los dos, pues ambos viven en la misma cabeza), a deslocalizar a Daniel, a ocultarlo entre la maleza de las sombras que increpan, a tomar el control de la situación cuando la calamidad se hace visible. Su lado ultra-racionalista brota como agua de lluvía y sumerge a Daniel en unas profundidades abisales donde le hace descansar, suspendiéndole en el vacío de la calma (allí lo hace dormir profundamente). Son los mares del subconsciente, el reino de los dormidos y los neuróticos... BatemanXXII sale al mundo real como conciencia preclara, más allá de su existencia de mero avatar.
SOBRE PERSONAJES DE LA NOVELA
A lo largo del relato encontraremos a pintorescos personajes pululando alrededor de Daniel (o Daniel alrededor de ellos). Barcelona es una ensalada de fulgores multiexpresivos, de seres de contornos vivaces y raros. Aparecerá Ramiro, personaje reseñable en la vida de Daniel, como amigo de la infancia (y en cierta forma perdido como él), que vive en Barcelona desde hace seis años. Trafica con cannabis en el parque de La Ciudadela, lugar que Daniel frecuentará en cierta parte de la novela, durante su mudanza a un piso cercano por la zona de Arco de Triunfo. Por allí también estará Herías, otro viejo conocido de Daniel (en este caso por ser amigo íntimo de Ramiro). Asturiano de pro pero medio santanderino, monologuista, comediante, embaucador, cantante de rumbas, vive también en Barcelona desde hace unos años. Acompañándolo Ántoni siete ganzúas, gitano del raval, artero a ratos, virtuoso de la guitarra española, especialista en el arte del delinco, y así dentro de ese mundo de desheredados y alternativos también irán surgiendo en la vida de Daniel gran cantidad de personajes, muchos de ellos pasando de refilón, de puntillas, como tantos otros a lo largo de la obra.
Así tendremos a Michela en su comienzo (la chica italiana con quien convive en la primera parte de la novela en el minúsculo y alternativo piso de alquiler ubicado en la calle Alcolea, barrio de Sants-Montjuic), o a su amiga y amante, la francesita y voluptuosa Lorette. O a Mireia, otro secundario que será capital en la trama, por distintos motivos que se revelarán en su momento. También tropezará con Claudio el chileno (su Sancho panza indómito y lenguaraz en el arte de la venta a domicilio), o Xisco el gigantón de Premiá de Mar, o Ángel su primo, cara de angelito, Alberto con su ceño siempre fruncido y unicejo de Blas, o Sonia y sus rastas y su mascota Scarlett, todos ellos comerciales, imberbes casi todos y en edad de vida ociosa, serán su grupo de trabajo como vendedor ambulante. Daremos con otros, la Santísima Trinidad hippie-marxista-posmoderna formada por Luzmila, Chuchi “Jesuscristo” (personaje extravagante y místico) y Olgui, y más adelante en Arco de Triunfo con Ainhoa y su hija de pelo astroso, o su exmarido Carles el vampiro hippie y seguidor de Carlos Castaneda. Desfilarán otros, de Santander estos: Violeta, Valerio, Nina, a través de recuerdos o del teléfono. También personajes de su pasado, esos amores de la infancia evocados, de la adolescencia, amores platónicos, irreales, perdidos, Patricia, Mónica, Silvia, su abuelo, su abuela, su madre, su padre, su tío, etc... En la tercera parte conoceremos a sus compañeros de trabajo en su siguiente empleo como telepoperador: a su coordinadora jefe Rosanna, Xoel, greñudo y heavie metal de chupa de cuero y voz grave de cimmerio, a Albert, el coordinador pelota que prepara oposiciones para mosso de squadra, etc. Aparecerá de improvisto en una noche tediosa Lucía, cocinera profesional que no simpatiza con la cocina de Ferrán Adriá pero sí con la de Santamaría, o el mendigo tejedor y su Estrella (importante también en la novela). O por último Mar, chica cuarentona algo infantil con la que convive su amigo Ramiro en una extraña (como tantas) relación, con dosis de sexo e intereses encontrados y un chihuahua enloquecido. Ella, pueril de espíritu, amante de las pastillas y los tranquimazines, porfíando por unas migajas de amor y afecto de Ramiro. Y todos los fantasmas que conviven en la mente de Ramiro, fumador de marihuana, adicto a todo lo que le pongan, en su desesperación por un divorcio de años atrás que lo dejó en estado de suspenso general. Todo esto en un pisito desvencijado de Hospitalet de Llobregat, barrio de La Torrassa. Allí, junto a ellos dos (más el chihuahua), residirá Daniel en su última etapa en Barcelona, entremetido en un zulo polvoriento habilitado como dormitorio para él. Pero antes también surgirán Oli y Miri (la hermana de Klara y su novia), entre recuerdos, sí, pero también entre encuentros inexplicables (¿serendipias?) que suceden en los túneles del metro. Y por último como no, estará la propia Klara, resplandeciendo perenne entre todos ellos, oculta en la mente de un apesadumbrado y desconcertado Daniel. Un Daniel a veces alterado, otras desbordado, muchas melancólico o hastíado, reo en su propia prisión de cristal sin salida, atisbando a través del vidrio que le separa de un mundo que no comprende.
Marcos Pérez.
Dos episodios más del principio de la novela (seguirían a los dos primeros que subí, es decir, serían el tercero y el cuarto). Ambos juntos en el mismo archivo, porque el segundo es muy cortito, apenas una página. Está, como el resto que he subido, en formato epub:
Capítulos 3 y 4:
Una italiana y una francesa y El sueño de Klara.
(Para leerlos, clickear en el enlace y luego descargar el archivo)
Debajo: Calle Alcolea (Barcelona)