Big Sur y Las Naranjas del Bosco :
Después de recorrer todo Estados Unidos a principios de la década de 1940, un viaje que recogería en su libro Pesadilla de aire acondicionado, Henry Miller se instaló definitivamente en California en 1942. Tras varios traslados, en 1946 recaló en Big Sur, por aquel entonces poco más que unas cabañas medio ruinosas al borde de un acantilado, poblado por artistas, vagabundos y toda suerte de personajes estrafalarios que dotaban a la zona de un ambiente social muy particular que prefiguraba ya el movimiento beat y hippie. Los vastos horizontes, la soledad (frecuentemente interrumpida por visitas inesperadas a medida que su fama se iba extendiendo) y la vida con su familia y amigos resultarían una poderosa fuente de meditación e inspiración para él. En muchos aspectos, Big Sur es uno de los libros más filosóficos de Miller, un mosaico de episodios, retratos, informaciones y detalles de su vida cotidiana, unidos por el hilo conductor de la insaciable vitalidad, humor e interés por todos los aspectos de la vida que son característicos de este escritor. Así como el Bosco utilizaba en sus pinturas las naranjas para simbolizar las delicias del paraíso, Miller utiliza aquí el poder evocador de su prosa para poner de manifiesto que ha encontrado por fin su particular versión del paraíso.
" Estar solo, aunque sólo sea durante unos minutos, y comprenderlo con todo nuestro ser, es una bendición que raras veces se nos ocurre implorar. El habitante de una gran ciudad sueña con la vida en el campo como un refugio contra todo lo que lo fastidia y vuelve insoportable la vida. Sin embargo, lo que no entiende es que puede estar más solo, si lo desea, en medio de diez millones de almas que en una pequeña comunidad. Experimentar la sensación de soledad es un logro espiritual. Quien escapa de la ciudad en busca de esa experiencia puede descubrir, para desazón suya, en particular si ha llevado consigo todos los anhelos que fomenta la vida urbana, que lo único que ha logrado ha sido quedarse solo. “La soledad es para los animales salvajes o los dioses”, dijo alguien y no le faltaba razón.
Siempre estamos en dos mundos a la vez y ninguno de ellos es el de la realidad. Uno es el mundo en que creemos estar; el otro, aquel en que nos gustaría estar. De vez en cuando, como por un resquicio de la puerta —o como el miope que se queda dormido en el tren—, obtenemos una vislumbre del mundo permanente. Cuando es así, sabemos mejor de lo que ningún metafísico puede argumentar la diferencia entre lo verdadero y lo falso, lo real y lo ilusorio.
Me gustaría decir algo más, para acabar de una vez por todas con este tema. Se refiere a nuestros problemas cotidianos, principalmente el de congeniar unos con otros, que parece fundamental. Lo que digo es que, si nos relacionarnos con la idea o la conciencia de nuestra diversidad y nuestras divergencias, nunca adquiriremos conocimiento suficiente para tratarnos suave y eficazmente. Para llegar a algo con otra persona, hay que llegar hasta lo más profundo del hombre, hasta ese estrato humano común que existe en todos nosotros. No es un procedimiento difícil y, desde luego, no exige ser un psicólogo ni un adivinador del pensamiento. No hay que saber nada sobre tipos astrológicos, la complejidad de sus reacciones ante esto o lo otro. Existe una forma sencilla y directa de tratar a todos los tipos, que es la veraz y sincera. Pasamos la vida intentando evitar los agravios y humillaciones que nos infligen nuestros vecinos: una pérdida de tiempo. Si abandonáramos el miedo y el prejuicio, podríamos reunirnos con el asesino tan fácilmente como con el santo. Me desagrada el lenguaje astrológico, cuando veo a la gente estudiar su carta para ver cómo salir de la enfermedad, la pobreza, el vicio o lo que quiera que sea. Me parece un triste intento de explotar a los astros. Hablamos de la suerte como si fuera algo que se nos impone; olvidamos que creamos nuestra suerte cada día que vivimos y por suerte entiendo las penas que nos afligen, que son los simples efectos de unas causas que no son ni mucho menos tan misteriosas como afirmamos. La mayoría de los males que padecemos son atribuibles directamente a nuestro comportamiento. El hombre no sufre por los tornados y los maremotos: sufre por sus fechorías, su estupidez, su ignorancia y su desprecio de las leyes naturales.
…
¡Qué engañoso es creer que mediante un poco de autosacrificio se puede ayudar a otro a superar sus dificultades! ¡Qué egoísta! "
Big Sur y las naranjas de El Bosco (1960)
Henry Miller
Henry Miller
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