4ª y última parte de las preguntas sobre Agelasto:
6.
¿Qué
significado
tiene
que
el
protagonista
haya
matado
con
el
cuchillo
a
una
gaviota
sin motivo y siendo este su
primer
asesinato?
Ese
gesto
tiene
que
ver
con
la
amoralidad
de
la
naturaleza.
No
debemos
olvidar
que
somos
animales.
Y
que
la
naturaleza,
en
su
esencia
más
pura,
es
amoral,
despiadada,
voraz…
pero
también
terriblemente
triste.
En
Agelasto,
el
protagonista
reacciona
de
forma
casi
instintiva.
Mata
sin
justificación
aparente.
Pero
en
el
fondo
hay
algo
que
se
mueve
ahí:
un
acto
sin
moral,
sí,
pero
cargado
de
significado.
¿Qué
moral
puede
haber
en
un
mundo
donde,
para
vivir,
uno
necesariamente
tiene
que
matar
o
dominar
a
otro
ser
vivo,
inferior
solo
en
fuerza,
no
en
deseo
de
seguir
existiendo?
Esa
gaviota,
como
los
perros,
como
los
niños,
como
todos
en
la
novela,
solo
quería
vivir.
Y
sin
embargo,
el
protagonista
la
mata.
No
por
odio.
No
por
hambre.
Solo
por
impulso.
Es
su primer asesinato. Y quizá el más honesto.
7.
El
protagonista
mata
sin
dudar
al
hombre
que
mató
a
un
bebé
pero
luego
dice
que
seguramente
a
los
bebés
asesinados
se
los
está
liberando
del
peso
de
la
existencia,
entonces ¿Qué justificación tiene el homicidio qué él comete?
El
protagonista
mata
a
sangre
fría
a
un
hombre
que
está
cometiendo
un
acto
abyecto,
algo
insoportable
para
cualquier
mente
humana
más
o
menos
sana.
Tal
vez
no
tanto
para
un
agelasto,
cuya
condición
lo
sitúa
en
un
umbral
distinto,
casi
no
humano.
Pero
incluso
él,
después
del
acto,
tiene
derecho
a
elaborar
sus
teorías,
a
reflexionar
sobre
lo
que
ha
presenciado.
No
hay
que
olvidar
que
la
novela
comienza
con
la
noticia
de
un
bebé
mutilado
hallado
en
un
vertedero.
Es
decir,
el
protagonista
ya
estaba
pensando
en
eso.
El
horror
no
le
resulta
nuevo,
sino
algo
que
lleva
tiempo
ocupando
su
mente,
aunque
no
lo
exprese.
Cuando
presencia
el
asesinato
en
el
cobertizo,
su
reacción es instintiva, inmediata: ve en ese individuo la
encarnación
del mal, algo que ni siquiera su mirada aséptica puede tolerar.
Y
sin embargo, después,
reflexiona.
Se permite la
duda. Elucubra, como si fuera un detective sin convicción, y se
pregunta:
¿y
si tienen razón? ¿Y si matar a los bebés es, en efecto, una forma
de liberarles del sufrimiento futuro? ¿Y si el equivocado soy yo?
Lo
interesante no es tanto lo que piensa, sino el hecho de que se
permita pensar eso.
Porque ni siquiera el horror lo saca de su estado mental ambiguo,
flotante, entre la repulsión moral y el análisis
clínico.
Ahora
bien, esa
teoría —aunque se la plantee— no la acepta. Ni la justifica.
Pero se atreve a considerarla. Como si incluso el acto más terrible
necesitara ser examinado desde todos los ángulos. Y eso es parte de
su
vacío.
8.
El
protagonista
ve
morir
a
una
mujer
en
el
supermercado
pero
automáticamente
dice
que la escena es mentira y la renarra ¿Cuál de las dos
versiones
realmente ocurrió? ¿El protagonista reinventa sucesos para no tener
que lidiar
con
ellos?
Sí,
Moira. La novela trabaja a veces con la ambigüedad que concede el
subjetivismo. ¿Cuál es el estado mental del personaje principal?
¿Podemos confiar realmente en su juicio, en lo que nos cuenta?
Quizá, en el fondo, sea el más lúcido de todos. O quizá esté
enfermo. Pero el caso es que
no
tenemos otra opción que seguirlo y confiar —o al menos acompañar—
su mirada. Él la ve muerta, convulsionando, y luego la imagina
siendo devorada por las gaviotas… hasta que vuelve en
sí,
o cambia de plano. ¿Pero alguna vez la veía verdaderamente viva? ¿O
esa visión de su muerte
no
era más que un reflejo simbólico del modo en que él percibía a
esa mujer: sufriente, dócil con el sistema, resignada a una vida
mediocre? La subjetividad nos hace inventar —y reinventar— la
realidad todo el tiempo. Y el protagonista, en este sentido, se
comporta como un fantasma errante. Le importa poco el mundo que lo
rodea. No creo que pestañeara si de pronto todo ardiera. Quizá
incluso lo desearía. Solo detecta el sufrimiento, como un medidor de
dolor. Nada le sorprende, porque para él, ese siempre ha sido
el mundo tal cual es. Solo que ahora, por fin, ese mundo se ha
quitado la máscara.
9.
¿El
personaje
de
Moira
tiene
el
poder
de
la
telequinesis
o
es
una
imaginación
del
protagonista?
No.
Moira
se
autosugestiona.
Debemos
tener
en
cuenta
que
está
atravesando
un
sufrimiento
extremo,
y
quizá
intenta
exorcizarlo
a
través
de
esa
ilusión:
la
de
comunicarse
con
su
hija
muerta
por
medio
de
la
ouija.
Pero
cuando
la
ouija
le
responde
que
está
“en
peligro”,
lo
más
probable
es
que sea su propio subconsciente manifestándose. Quizá Moira se
sienta
culpable por la muerte de la niña.
O
tal
vez
hubo
algo
peor.
Una
mujer
que
mata
a
su
propio
hijo
en
un
ataque
de
enajenación
mental puede, después, olvidarlo todo. La mente es capaz de suprimir
lo insoportable.
10.
¿Qué
representa
el
personaje
de
Diana
considerando
que
nunca
aparece
en
la
historia
pero es la persona más presente para el protagonista?
Diana
representa el amor perdido, el recuerdo de lo que pudo ser y no fue.
Y
quizá
también la razón última
de
su
soledad
existencial
y
de
su
muerte
en
vida.
El
amor
te
une
al
mundo;
su
ausencia
te
deja
a
la
intemperie,
sin
vínculos,
sin
nada
en
común
con
lo
que
te
rodea.
La
novela
habla
también
de
eso:
de
la
pérdida
de
los
vínculos
significativos.
De
una
sociedad
donde
el
amor
romántico
—
eso
que
alguna
vez
se
llamó
“sentimiento
oceánico”—
parece
inconcebible,
incluso
ridículo,
trasnochado.
Pero
el
amor,
en
última
instancia,
es
la
oposición
natural
a
la
muerte.
Su
reverso
más
humano.
11.
¿Qué
postura
mantiene
de
la
eutanasia
y
cuál
es
la
intención
de
representar
esto
en
la
novela con las cabinas?
Es
un tema controvertido. Durante la pandemia hubo otra epidemia,
paralela
al virus: el miedo. Una epidemia
de
miedo
que
se
propagó
entre
la
población
ante
la
insuficiencia,
la
confusión
y
los
constantes
cambios
en
la
información
oficial
sobre
el
COVID
y
sus
consecuencias.
Ni
los
gobiernos
ni
la
OMS
parecían
saber
a
qué
atenerse,
y
más
que
calmar
a
la
población,
sus
vacilaciones la asustaron aún más.
El
miedo
nace
cuando
no
entendemos
lo
que
está
pasando
ni
sabemos
lo
que
puede
ocurrir.
Y
en
ese
estado,
todo
se
distorsiona.
La
publicidad,
siempre
lista
para
sacar
provecho,
supo
adaptarse
incluso a
un
entorno
apocalíptico.
En
Agelasto,
el
anuncio
de
las
cabinas
viene
a
decir:
“Bueno,
vas
a
morir,
sí,
pero
estamos
contigo.
Te
ofrecemos
la
posibilidad
de
morir
sin
sufrimiento,
en
paz,
pensando
en
tus
seres
queridos
y
en
tus
momentos
más
felices”.
Es
un
mensaje
que,
en
apariencia,
suena
compasivo…
pero
que
encierra
una
aceptación
escalofriante
de
la
muerte
como
parte
del
mercado. Morir bien como producto premium.
Ahí
se
tocan
temas
centrales
de
la
posmodernidad:
la
estetización
del
dolor,
la
medicalización
del
final, la emocionalidad artificial,
la resignación inducida.
En
cuanto
a
mi
postura
personal
sobre
la
eutanasia,
creo
que
toda
persona
debería
tener
derecho
a
elegir
si
desea
vivir
o
no.
Es
una
cuestión
de
dignidad
humana.
Defiendo
la
eutanasia
voluntaria
en
casos
donde
el
sufrimiento
es
extremo
o
la
vida
se
ha
reducido
a
una
agonía
sin
sentido
—
enfermedades como la ELA, por ejemplo.
Pero
no
estoy
de
acuerdo
con
extender
esa
práctica
a
casos
de
tristeza
profunda,
depresión
o
desencanto
vital.
Legalizar
eso
sería,
en
la
práctica,
legalizar
el
suicidio
asistido
como
salida
social.
Y eso abre otras preguntas
mucho
más complejas.
12.
¿Por
qué
cuando
el
protagonista
asesina
al
segundo
hombre
se
le
viene
a
la
mente
las
palabras
“Soy
un
agelasto,
el
que
no
tiene
sentido
del
humor,
el
que
detesta
un
mundo
que
detesta
a
los
agelastos
y
es
cómplice
de
que
uno
y
miles
de
hombres
y
niños
no
rían”?
Agelasto
es
un
neologismo
—de
origen
griego
e
introducido
en
la
lengua
francesa
por
Rabelais—
que
significa
“el
que
no
ríe,
el
que
no
tiene
sentido
del
humor”.
Rabelais
decía
detestar
a
los
agelastos,
e
incluso
temerlos.
Al
parecer,
había
conocido
algunos
a
lo
largo
de
su
vida.
La
figura
del
agelasto
tiene
algo
de
mítica,
o
al
menos
ambigua:
¿es
una
condición
psicológica,
una
rareza
social o una especie distinta, quizá no del todo humana?
En
la novela, el ensayo del padre de Caroline,
Vehículos
del vacío,
habla justamente de los agelastos como una suerte de raza marginal,
apartada del mundo común. Y es ese texto el que el protagonista se
lleva
“prestado”
como si intuyera que le pertenece.
Cuando
dice ser un agelasto, lo hace no con orgullo, sino con culpa. Se
siente
cómplice
de un mundo donde los niños —símbolo de la risa, de la inocencia,
de la vitalidad—
han dejado de reír.
El
niño representa lo que el mundo
adulto corrompe: la alegría esencial de estar vivo. Como decía
Schopenhauer, cuando el ser humano entra en la pubertad, todo se
estropea: el instinto reproductivo lo invade todo, desvía la
inteligencia, frustra la contemplación, introduce la competencia,
el deseo,
el
sufrimiento.
El
protagonista de Agelasto
vive
precisamente esa fractura. Hay una escena que lo evidencia: un
intento de masturbación fallido, torpe, patético. El placer
físico parece inaccesible para él. A lo largo de la novela se cruza
con varias mujeres, pero nunca ocurre nada. Es posible que solo sea
capaz de desear a través
del
amor.
Y
en el fondo, sí: Agelasto
también
es una novela sobre el amor. Decía Erich Fromm:“La
incapacidad para alcanzar el amor significa insania o destrucción de
sí mismo o de los
demás.
Sin amor, la humanidad no podría existir un día más.”
Quizá,
en el fondo, el protagonista no sea más que un romántico que ya no
ríe. Un agelasto enamorado del recuerdo.
13.
¿Por
qué
Caroline
compara
al
protagonista
con
el
personaje
de
Indigno
de
ser
humano
considerando
que
no
parecen
tener
similitudes?
¿La
referencia
al
escritor
Osamu
Dazai
tiene
que
ver
con
que
este
cometió
suicidio
y
el
protagonista
también
se
plantea
esto
en
algún punto?
Indigno
de
ser
humano,
de
Osamu
Dazai,
es
una
novela
que
me
impactó
mucho
en
su
momento.
Su
protagonista
—que
bien
podría
ser
un
trasunto
del
propio
autor—
es
un
personaje
profundamente
nihilista,
igual
que
lo
fue
Dazai
en
vida.
Como
sabéis,
Dazai
se
suicidó
siendo
todavía
bastante
joven, algo que ya se intuía en su escritura.
El
suicidio
en
Japón
tiene,
además,
un
contexto
cultural
distinto
al
nuestro.
Ahí
están
fenómenos
como
el
célebre
Bosque
de
los
suicidios,
o
el
hecho
de
que
autores
como
Haruki
Murakami
traten
el tema
con
cierta
frecuencia
(no
sé
qué
aparece
más
en
sus
novelas:
si
los
gatos
o
los
suicidios).
La
vergüenza, el
honor,
el
peso
del
deber…
todo
eso
opera
en
la
mentalidad
japonesa
de
forma
distinta
a la occidental.
Agelasto,
en
cambio,
parte
de
otro
lugar:
indaga
en
el
sufrimiento
humano
como
causa
primera
e
intrínseca
de
la
vida.
Y
ahí
están
esas
cámaras
de
eutanasia
que
aparecen
en
la
novela,
envueltas
en
un
discurso
publicitario
edulcorado,
que
animan
a
la
gente
a
“no
sufrir”,
es
decir,
a
no
vivir.
Como
decía
Camus,
“la
única
cuestión
filosófica
seria
es
el
suicidio”.
Y
sí,
el
tema
me
preocupa:
muchos
jóvenes
se
suicidan
hoy,
incluso
niños,
lo
que
debería
ser
un
imposible.
Que
un
niño
se
plantee
acabar con
su
vida
dice
mucho
del
fondo
oscuro
de
esta
sociedad
tan
aparentemente
luminosa.
Pero
no creo que el sistema tenga interés en preguntarse qué está
fallando en lo más profundo.
En
cuanto
al
protagonista
de
Agelasto,
es
probable
que
en
algún
momento,
en
el
pasado,
se
haya
planteado
el
suicidio.
Pero
durante
el
tiempo
que
lo
acompañamos
en
la
novela,
no
parece
estar
en
ese
punto.
Vive
en
función
del
recuerdo
de
Diana.
Mientras
esa
idea
persista
—la
absurda
posibilidad de que ella regrese—, parece mantenerse en pie.
Ahora
bien,
si
lo
analizamos
con
detenimiento,
da
la
impresión
de
que
ya
está
muerto.
No
responde
a
ninguna
voluntad.
Se
desplaza,
recuerda,
sufre
enfermedades,
padece
el
envejecimiento…
pero
vive
como
un
fantasma.
Es
un
hombre
de
mediana
edad
que
ya
ha
dejado
atrás
lo
mejor
de
su
vida.
Su
soledad
tiene
que
ver
con
su
irrelevancia,
con
su
falta
de
lugar.
En
esas
condiciones,
el
suicidio
podría
parecer
una
solución,
pero
lo
que
él
habita
es
una
forma
de
no-vida,
de
inexistencia
funcional, no muy distinta a la de muchos hombres de su generación.
Es
cierto
que
reacciona
ante
la
muerte
de
los
niños,
pero
esa
reacción
tampoco
dura
demasiado.
Agelasto
no
es
una
novela
de
cambio,
ni
de
aprendizaje.
El
personaje
no
evoluciona.
Al
final,
sigue
siendo exactamente el mismo que al principio.
14.
¿Cuál
es el verdadero rol del mendigo en la novela?
El
mendigo
tiene
varias
capas
de
profundidad.
Por
un
lado,
representa
al
testigo
silencioso,
ese
que
ha
visto
al
protagonista
matar
y
le
dice,
sin
violencia
pero
con
certeza:
“Yo
sé
lo
que
hiciste.
Sé
quién
eres.”
Es
también
quien,
en
el
epílogo,
rompe
la
ilusión
de
que
todo
ha
sido
un
sueño,
recordándole
que
nada
de
lo
ocurrido
ha
quedado
en
el
olvido,
por
mucho
que
así
lo
parezca
en
un
mundo
donde
lo
vivido
queda
sepultado
bajo
la
vorágine
del
presente
inmediato.
En
ese
sentido,
él
y
el
protagonista
parecen
moverse
a
otra
velocidad.
Son
los
únicos
que
parecen
recordar,
los
únicos
que
no
participan
de
esa
normalidad
restaurada
que
ha
borrado
la
memoria.
Ambos
están
al
margen
de esa realidad amnésica donde nadie parece querer saber
(o a nadie le importa) lo
que ocurrió.
15.
¿Por
qué
los
capítulos
de
la
segunda
parte
y
el
epílogo
están
narrados
en
primera
persona
en
contraste
con
la
narración
en
tercera
persona
de
los
capítulos
de
la
primera
y tercera parte?
No
sé
si
esta
es
la
explicación
más
sincera,
pero
no
encuentro
otra
mejor:
quería
combinar
una
visión
desde
dentro
hacia
fuera
y
desde
fuera
hacia
dentro.
Es
decir,
una
mirada
subjetiva
por
un
lado, y otra más objetiva por el otro.
En
realidad fue algo muy visual. Cuando escribía en primera persona, me
imaginaba dentro del personaje, como si hablara desde su interior. En
cambio, cuando usaba la tercera persona, lo veía desde fuera, como
en un plano de cámara más distante, casi como si estuviera filmando
la escena. Necesitaba alternar entre esas
dos
perspectivas para entenderlo y transmitirlo mejor.
16.
¿Qué
significado
tiene
al
final
qué
el
virus
y
los
problemas
hayan
desaparecido
sin
explicación?
Se
pueden
barajar
distintas
hipótesis.
Podría
daros
varias
posibilidades
interpretativas
—y
seguramente
sonarían
bien—,
pero
la
realidad
suele
ser
más
modesta.
Las
cosas
suceden,
y
un
día
dejan
de
suceder.
Sin
explicación
o
desenlace.
Y
quizá
tampoco
haga
falta
preguntar
más.
No
por
desinterés, sino porque a veces el silencio
es más revelador que cualquier respuesta.
En
España, durante la pandemia, el virus del COVID copaba todos los
informativos, a todas horas. Y así fue durante meses. Pero de
repente,
un día,
desapareció del
discurso
público.
Se pasó de un seguimiento diario, obsesivo, con cifras de contagios,
a un olvido casi absoluto. Como si nunca hubiera existido. Pero los
contagios seguían. Lo que no sale en televisión, parece que no
existe.
En
Agelasto
ocurre
algo parecido. El protagonista
deja
de ver rastros del mundo anterior. Ya no hay mascarillas, ni basura,
ni gaviotas, ni miedo. Pero lo más inquietante no es eso:
lo
más inquietante
es
que el resto de la gente también parece haberlo olvidado.
Han regresado a su vida anterior como si nada. Al final, la realidad
es la que te dictan. Lo que importa
es el relato que interesa que esté presente en cada momento.
Lo
demás… se borra.