viernes, 17 de octubre de 2025

LA SOCIEDAD DE LA IGNORANCIA

 LA SOCIEDAD DE LA IGNORANCIA

"(...) el gran cambio que consolida definitivamente la Sociedad de la Ignorancia no es que ésta se vea favorecida por las nuevas formas de comunicación y en la práctica campe a sus anchas, sino que ha sido aceptada, asumida y, finalmente aupada a la categoría de normalidad. De forma progresiva la ignorancia ha ido perdiendo sus connotaciones negativas hasta el punto de llegar a prestigiarse. Se ha disipado el pudor a mostrar en público la propia ignorancia, e incluso con frecuencia se exhibe con orgullo, como un aditivo más de una personalidad apta para gozar al máximo del hedonismo y la inmediatez que proporciona un consumismo desenfrenado. Ser ignorante no es incompatible, ni mucho menos, con tener dinero o glamour. Más bien al contrario, nos puede proporcionar una pátina de simpatía altamente empática a ojos de los demás.
La situación actual corresponde a la fase más avanzada de un proceso imparable, constatado por numerosos autores, que ha acompañado al protagonismo creciente de las masas. Resaltaba Ortega y Gasset en La rebelión de las masas, a finales de los años veinte, que «lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera». La consolidación definitiva de la cultura de masas después de la Segunda Guerra Mundial, especialmente desde la aparición del televisor, indujo a Giovanni Sartori a escribir que «un mundo concentrado sólo en el hecho de ver es un mundo estúpido. El homo sapiens, un ser caracterizado por la reflexión, por su capacidad para generar abstracciones, se está convirtiendo en un homo videns, una criatura que mira pero que no piensa, que ve pero que no entiende».
Hoy asistimos, en efecto, a la culminación del proceso. La ignorancia está plenamente normalizada y es admitida sin ningún reparo en los modelos de éxito social, e incluso el acceso a las máximas responsabilidades públicas por parte de personas de ignorancia evidente se considera una muestra positiva de las virtudes del sistema democrático. Cualquiera, con independencia de su formación y aun dando muestras evidentes de su falta de cultura y de ánimo de enmienda, puede acceder a lo más alto de la estructura social. Cualquier observación al respecto emitida en público sería considerada hoy políticamente incorrecta. La ignorancia es atrevida, desacomplejada y, como todos en esta sociedad que constantemente reclama, exige también que se respeten sus derechos. El proceso se realimenta a través del papel cada vez más central que en nuestra sociedad juegan los medios de comunicación, referentes del éxito social y escaparate del imaginario colectivo del cual son también, en buena parte, creadores. «Si no sales por televisión, no eres nadie» o, más recientemente «si no apareces en Internet, no existes». Los ingredientes para acceder a dicha visibilidad encajan perfectamente en la estructura de la Sociedad de la Ignorancia.
En paralelo, y en la misma medida que la ignorancia se ha normalizado y se ha prestigiado, el conocimiento no productivo se ha desacreditado, ha perdido cualquier atisbo de ser referente social y se ha cargado de connotaciones negativas. Como hemos señalado anteriormente, seguimos considerando el conocimiento como un bien en sí mismo cuando nos referimos a él de forma abstracta: en las encuestas todos contestamos que nos encanta leer, ir al teatro o ver documentales, pero en la práctica fuera del saber productivo generado por los expertos, cualquier esfuerzo intelectual resulta casi incompresible para una sociedad acomodada en la confortabilidad del entretenimiento predigerido y la espectacularidad vacua. Difícilmente alguien se atrevería hoy a autocalificarse como intelectual por el temor a quedar revestido de todas las connotaciones actuales del término: pretencioso, improductivo, aburrido.
Lo más sorprendente de la situación es que parece que nos percatamos de la dualidad entre el discurso utópico y la realidad cotidiana. Persiste una lógica errónea que nos lleva a pensar que el uso de herramientas cada vez más sofisticadas implica necesariamente un mayor conocimiento, y confundimos la destreza para utilizar un complejo programa informático que nos permite escribir con el hecho de escribir algo interesante, o incluso con saber escribir. Nos hemos convencido de que disponer de una red que nos permite ver lo que emite la televisión en la otra punta del mundo es volvernos más sabios, cuando lo único que hacemos es pasar el rato o, en el mejor de los casos, adquirir conocimientos triviales. Y nos encanta oír «Sociedad del Conocimiento» cuando a nivel individual, en muchos casos, consiste simplemente en pasar un montón de horas chateando con los amigos o intentando ligar por Internet (...)"
De La Sociedad de la Ignorancia y otros ensayos



sábado, 4 de octubre de 2025

La Flotilla: turismo "revolucionario".

 Entiendo que la vida occidental produzca cierto hastío y se busquen constantemente métodos de evasión. Hoy disponemos de grandes fuentes de entretenimientos fútiles para que la vida pase de largo lo más rápido posible. La vida parece que es un dejar que pase de largo desde el puro entretenimiento. Un ver como nos hacemos viejos, o ver hacerse viejos a los que nos rodean jugando a la Play.

Lo cierto es que giramos en una bola sin rumbo ni propósito en el universo de las cosas.
Habitamos la sociedad del espectáculo. Una sociedad, la occidental, donde todo tiene que estar espectacularizado. Todo es espectáculo. Todo es ocio, risas y espectáculo; a nivel epidérmico. Todo parece una serie de ficción, Netflix, HBO, Amazon, mas que una realidad en sí misma. A veces, distinguir entre realidad y ficción entiendo resulta imposible. Es desconcertante ver cuando uno ríe o llora sin saber si ríe o llora o imposta que ríe o llora o cree llorar o reir y elije mal el momento.
Una consecuencia de la alienación es la separación entre el cuerpo, la realidad y lo que uno en algún momento ha sido.
Creo que hoy en dia usualmente no se actúa por solidaridad, sino, oh, por pura vanidad y egocentrismo. Tenemos la certeza de que los políticos lo hacen -eso es irrefutable-, en función de sus intereses económicos lo hacen. No dudan un segundo en emplear (o provocar) guerras y muertes, de niños o de quién sea, para sumar votos, para sumar poder, para sumar status. Algunos les creen a pies juntillas sus constantes mentiras aunque sean demostrables (el fanatismo produce esos efectos), y aquellos que no terminan, nadie sabe por qué, en las urnas cada cuatro años votándoles de nuevo. Normalmente se usa ese ridículo tópico de "Si no votas estás a favor de que se perpetúen en el poder los que están hoy". No, si yo lo que quiero que este sistema se hunda por completo. En fin. Estos son misterios sin resolver interesantes. Pero la falsocracia no es tema para hoy.
El caso es que hay individuos que sí, que son solidarios de verdad (yo no lo soy, ni de verdad ni de mentira), pero esos son rápidamente reconocibles. Difícilmente los verás publicitándose o haciéndose selfies, cantando consignas libertarias o antisistema en pleno after antes de salvar el mundo; esos son puramente adolescentes tardíos, de entre treinta a cincuenta años; algunos incluso de mucha mayor edad. Uno nunca deja de sorprenderse. Nunca.
La Flotilla es una muestra más de un mundo materialista y superficial desprovisto de valores reales, de sentimientos reales, y dotado de una serie de desconcertantes fenómenos en los últimos años que carecen de cualquier muestra de sentido común, señal de inteligencia o muestra de algo parecido a lo que se entendía no hace tanto como humanidad.
Aquí no hay batalla cultural, sino estupidez acultural.
Y yo, disculpenme si equivoco el tiro (en realidad no lo equivoco), ahí solo veo egocentrismo, egolatría, culto al yo, autoengaño, en resumen, unos adultos talluditos y excitados con síndrome de Peter Pan prestos a pasárselo pirata en una -imaginaria, aunque no en sus mentes- "misión humanitaria" para "salvar" a los niños palestinos. Pero los protagonistas en sus mentes infantiles no son los niños palestinos, no, sino ellos mismos, que se sienten por un segundo el centro de las miradas de la sociedad del espectáculo. Y se que dentro de ellos mismos creen serlo, creen ser héroes, creen estar haciendo el bien puro. Lo creo, estoy seguro de que lo creen. Pero creerlo no es serlo.
Hace tiempo se cumplió esa visionaria sentencia que se atribuye (probablemente ni siquiera sea suya) al imbécil de Andy Warhol.
"En el futuro todos serán mundialmente famosos durante quince minutos".
Bueno, pues Barbie Gaza y compañía, ya tenéis vuestro quince minutos.
PD: Este texto se lo dedico a la Flotilla, y a todos los medios de comunicación que están dando bombo y platillo a esta pantomima narcisista, y a todos los que siguen esto como una prueba de algo parecido a una demostración de ayuda en causa humanitaria, y no una nueva prueba de que el narcisismo y la estupidez crónicas son la epidemia de las sociedades occidentales.