Algunos apuntes sobre la novela (sin llegar a destripar su contenido).
La sonrisa de Klara (suburban girl) era, visto lo visto y tras darle algunas vueltas (no demasiadas tampoco), el único título posible. En primera instancia lo llamé El día que no amé Barcelona, y cosas así. Otro iba a ser sencillamente Klara. Finalmente me quedé con ese. Al final hay que poner uno. Pero es que creo que tiene todo el sentido del mundo.
LA
SONRISA DE KLARA (suburban girl)
Como
autor de ésta novela no sé bien que podría decir aparte de lo
dicho en la sinopsis, que por otro lado decir no dice ni una mínima
parte. La sonrisa
del título no es algo aleatorio, sino que para mí es un
elemento simbólico y literal a partes iguales, que da un sentido a
lo que dentro acontece. Esa sonrisa lleva suscrita la firma de
lo real y de lo figurativo al mismo tiempo, dos universos que se
retroalimentan. El personaje
de Klara y su sonrisa contorsionista y luminosa de
múltiples expresiones y significados, a la manera invisible,
ronda la novela en cada una de sus páginas, como un olor tranquilo o
una imagen superpuesta. Es un espectro caliente, un resplandor que se
hará cada vez más pálido, y eso la convierte casi (o sin casi) en
el personaje central (o capital) del relato, al menos sobre el que
gira sino la suerte de los acontecimientos que experimenta Daniel (el
personaje narrador), sí sobre la percepción de éste sobre la
realidad manifiesta de sus circunstancias.
A
veces todo lo que está viviendo Daniel le parece un sueño, algo
irreal, y es esa una sensación que le acompañará durante casi toda
su estancia en Barcelona, en ese viaje a ninguna parte. Daniel,
nuestro personaje principal, narrador y protagonista de la novela,
nos lleva de la mano en primera persona por la metrópolis
barcelonesa (por sus avenidas anchas y luminosas, sus áreas más
suburbiales, o ciudades vecinas de extramuros), lugar a donde llega
desde Santander (la ciudad que le vio nacer y la única en la que
había vivido hasta el alumbramiento barcelonés y sitgiano)
en un estado de total extravío, mental y físico. En realidad no es
verdaderamente consciente del porqué está allí, aunque en
ocasiones se interroga sobre si el motivo es recuperar la amistad, la
confíanza y el afecto de Klara, de mitigar su sentimiento de culpa,
o de reiniciar su vida en el lugar donde nació y fracasó su
experiencia con ella.
Es
así que nos encontraremos a un ser despistado, un chico de provincias con un carácter dado al ensimismamiento. Daniel es alguien que ha
perdido el entusiasmo y la alegría que le conferían un idealismo
exacerbado, inagotable, algo pueril y vertebrado en una pasión por
el dibujo que le susurraba que iba a ser un dibujante profesional que
viajaría por el mundo para conocerlo, pura ingenuidad ya digo, puro
latido del niño que llevamos dentro: lo que podríamos adjetivar en
cierto punto como el quijotismo, esa personalidad entusiástica
que rebasa los límites del mundo cuerdo y sus convencionalismos
sociales, esa resistencia a ser cómplice de la existencia cotidiana,
de pensar y actúar como los demás.
Daniel
aterriza en ese mundo enorme (a sus ojos) que es Barcelona y sus
extrañas (a sus ojos) gentes, donde siempre deseó estar (mucho
antes de conocer a Klara), una gigantesca jaula dorada en la que se
concentra una extensa diversidad de culturas y nacionalidades, de
juventud y oportunidades, de libre albedrío. Pero en la novela lo
veremos en su segunda etapa barcelonesa, recién llegado, ya sin
Klara, esta vez desde el reverso de ese Daniel previo entusiástico
(aunque también le conoceremos en su primer estadío, cuando conoce
a Klara y se va a vivir con ella, en el 2006, a Sitges, donde veremos
su capacidad para el asombro, sus torpezas, su inadaptación, sus
equívocos de provinciano, su refugio en la bebida).
Daniel,
treintañero idealista (quijote como digo), con una mancha a
cuestas que siente pesada como una losa, camina a tientas tembloroso,
con la cruz de piedra de la culpa a sus espaldas. Le pesa el error
cometido con Klara y lo arrastra como una concha de caracol a través
de esa Barcelona brillante acostada en el tumulto y acostumbrada a
una vida siempre acelerada. A veces se siente un ser impostado y miserable,
disfrazado de algo o alguien que no es él, quizá porqué en
Barcelona tomará la identidad de algo o alguien, comenzando por la
de un vendedor de telefonía fija e Internet a puerta fría, que se
dedicará a perorar al viento en cada vecindario que acometa, por
cada zona suburbial donde le destinarán unos jefes codiciosos y
maleantes. Por pura “casualidad” (las casualidades no existen)
un día le enviarán a Santa Coloma de Gramanet, ciudad dormitorio de
extrarradio donde se hacinan los denostados y los inmigrantes, un
submundo suburbial por donde cruza el río Besós como una serpiente
y cae la alargada sombra de la capital, allí donde Klara residía
entre grises y cenizas cuando Daniel la conoció.
Klara
y su escogido avatar suburban girl, de Santa Coloma de
Gramanet. Klara era suburban girl allí. Contestataria,
rebelde, insurrecta del orden y de las normas sociales, brujilla pelirroja en un mundo de hormigón sin aparente salida.
Y
entre peripecias pueriles, en su caminar entre insomnes, Daniel
tratará de olvidarse de sí mismo, del agujero baldío e indeterminado
en que cree haber caído su amistad con Klara y viceversa, lo
que en algún punto de su mente ya reconoce irreversible, sin querer
hacerlo.
Mas
adelante llegarán las descripciones de su conciencia inviolable,
un avatar irreverente de nombre BatemanXXII que empleaba para escribir en una página comercial sonoros
libelos sobre la sociedades de consumo. De repente cobra vida y se
pone a soltar parrafadas sobre las identidades urbanitas. No se aburre
en su empeño sociológico. Pero antes de eso una entrada al
escenario repentina, cuando en un ataque de debilidad del propio
Daniel, toma por primera vez el control sobre él. O quizá ya lo
había tomado mucho antes. Pero Daniel se hace consciente de ello en
ese instante. Daniel, que también tomará prestadas identidades
artificiales en su nueva vida barcelonesa (de vendedor a domicilio,
etc), es algo que no se explicará en la novela pero sí se
describirá sobre la marcha, desde la negación a través de esa
resistencia suya constante al traje y corbata (ese no sentirse cómodo
dentro de él), a una identidad falsa que entiende no es ni podrá
ser nunca la suya. De ahí al abandonarla, al quitárselo, se sienta
de nuevo libre, un pez salido de la pecera dipuesto a nadar río
arriba, a saltos, como los salmones.
Llegado
a Barcelona, cada movimiento físico de Daniel parece buscar
desesperadamente la sonrisa de Klara, la ve por todas partes,
Barcelona está impregnada de ella, de su espíritu jovial y otras
veces taticurno. Sin embargo, aquella imagen ditirámbica de Klara
comienza a verla como un algo lejano e irrecuperable, una arcadía
que es un planeta rocoso repleto de cráteres y túneles por los que
pisó un día en otro periodo y otro lugar que no es ese y no sabe
como encontrarlo. La cercanía física con Klara, al vivir de repente
en la misma ciudad, ha convertido la sensación de alejamiento en
algo más vívido y real. El destello muere en la mirada que se
apaga. La cercanía física (paradójicamente) provoca más lejanía
emocional, más vacío y desolación, más soledad, y con ello llega
la atonía, la indiferencia al mundo. Sin quererlo Daniel ha ido
creando una barrera de incomunicación construida con una corteza de
naturaleza impenetrable. La frontera comunicativa que fue el teléfono
o el chat, añadida al inmenso poder mágico de la imaginación,
originó primero una isla compartida entre dos de intimidad,
ingenuidad y entusiasmos (también de confesión y revelaciones
tristes), para luego transfigurarse en dos trozos de tierra yerma
separadas por un muro de espinos astillados. Y de gritos. Y de
recriminaciones. Y de incomprensiones.
La
sonrisa de Klara, por tanto, muta, se da la vuelta como un calcetín
de lana sucio y arrugado, pasa de luz cegadora que deslumbra a Daniel en su
inicio a esa iniquidad de la orfandad de su ausencia. Sin ella Daniel
vive a oscuras en esa gran ciudad multicolor que lo devora en su
grandiosidad, en su andar con prisas por todas partes, vagabundear
sin saber a donde, caminar por avenidas, callejuelas y bulevares sin
destino (o a vender su mercancia), porque carece de hogar o al menos
eso siente. Es un apátrida, un desarraigado, un paria. No existe hogar para
él, ni dentro ni fuera, ni en Barcelona ni en Santander ni en
ninguna parte. Daniel ve como la gente no se mueve en Barcelona, sino
que se teleporta. No anda, más bien corre, no se detiene demasiado a
pensar, respira y se dedica a actúar sin más, a resolver los numerosos
problemas cotidianos. Eso parece hacer la gente en la cabeza de
Daniel.
La
sonrisa de Klara pretende reflejar una amistad sincera y pura que nació trascendiendo los márgenes impostados del mercadeo de
relaciones que se suelen dar en las sociedades occidentales, y que
nace de la voluntad solidaria de dos niños encerrados dentro de dos
cuerpos adultos, a uno de los cuales, Klara, la realidad le está
desbaratando y haciendo un daño terrible. La sonrisa de Klara, en su
mueca feliz, en su literalidad, es la imagen férrea y
resplandeciente de una persona (la propia Klara) que pasa por un mal
momento personal y que parece haber perdido la fe cuando Daniel
irrumpe en su vida por sorpresa (como aparecen ciertas cosas desde esa indeterminación que llamamos destino) a través de una página web. Aunque a ojos de él no existe
mérito en su llegada, es ella la que desde su arrojo le emociona y
le va relatando algunas mezquindades de su presente (se desnuda ante
él), y a su vez el mundo barcelonés de multitudes, metros y avenidas, el universo gris y emigrante de Santa
Coloma donde vive junto a su ex y la perra Niebe, algo refrescante y
totalmente desconocido para Daniel, que contempla, a través de la
renovada sonrisa de su amiga Klara, su propio reflejo de felicidad, en ese juego
mutuo de mirarse entre espejos, de poder despojarse el uno en el otro
de su propia realidad. Pero todo eso es antes, antes de la novela (aunque habrá pasajes de ello dentro de la obra).
Su
vuelta a Barcelona (esa segunda de Daniel), es una vuelta sin una
finalidad diáfana y concreta. Es el regreso al lugar donde fracasó
en su misión de felicidad para Klara (y para él), de proyecto compartido, es
quizá el advenimiento del derrotado, el idealista que busca su
entierro, o sabe de su muerte próxima (la muerte del idealista).
Asume su cobardía y sabe que sus heridas no sanarán como las de
otros, carece de lengua para lamerlas, pero eso tampoco le importa
demasiado. Su corazón sufre pero le dicta, le impone recuperar la
amistad de Klara (porque aunque no lo sabe aún, no se puede
evitar lo que se siente), pero en su fuero interno sabe que no es
posible. Y llegan los agujeros de bala de la memoria, los amores
perdidos, los de la infancia y la adolescencia. Aún así, no ceja en su
empeño desde una sobriedad y una terquedad incomprensible. Quiere
recuperar aquella línea de fuga primera, aquella claridad y
transparencia anterior, tan cercana pero tan lejana en el tiempo.
Quiere que todo vuelva a su ser, a verse tal cual era todo.¿Pero era
real ese todo?
Mientras
tanto, BatemanXXII, alter ego y avatar de Daniel en una página web
(autoproclamado ante Daniel como su conciencia inviolable),
aparecerá en una tercera persona en distintas ocasiones. Saldrá con su traje de explorador a
auxiliarlos (a los dos, pues ambos viven en la misma cabeza), a
deslocalizar a Daniel, a ocultarlo entre la maleza de las sombras que increpan, a
tomar el control de la situación cuando la calamidad se hace visible. Su lado
ultra-racionalista brota como agua de lluvía y sumerge a Daniel en unas
profundidades abisales donde le hace descansar, suspendiéndole en
el vacío de la calma (allí lo hace dormir profundamente). Son los
mares del subconsciente, el reino de los dormidos y los neuróticos...
BatemanXXII sale al mundo real como conciencia preclara, más allá
de su existencia de mero avatar.
SOBRE PERSONAJES DE LA
NOVELA
A lo largo
del relato encontraremos a pintorescos personajes pululando alrededor
de Daniel (o Daniel alrededor de ellos). Barcelona es una ensalada de
fulgores multiexpresivos, de seres de contornos vivaces y raros.
Aparecerá Ramiro, personaje reseñable en la vida de Daniel, como
amigo de la infancia (y en cierta forma perdido como él), que vive
en Barcelona desde hace seis años. Trafica con cannabis en el
parque de La Ciudadela, lugar que Daniel frecuentará en cierta
parte de la novela, durante su mudanza a un piso cercano por la zona
de Arco de Triunfo. Por allí también estará Herías, otro viejo
conocido de Daniel (en este caso por ser amigo íntimo de Ramiro).
Asturiano de pro pero medio santanderino, monologuista, comediante,
embaucador, cantante de rumbas, vive también en Barcelona desde hace
unos años. Acompañándolo Ántoni siete ganzúas, gitano del
raval, artero a ratos, virtuoso de la guitarra española,
especialista en el arte del delinco, y así dentro de ese mundo de
desheredados y alternativos también irán surgiendo en la vida de
Daniel gran cantidad de personajes, muchos de ellos pasando de
refilón, de puntillas, como tantos otros a lo largo de la obra.
Así
tendremos a Michela en su comienzo (la chica italiana con quien
convive en la primera parte de la novela en el minúsculo y
alternativo piso de alquiler ubicado en la calle Alcolea, barrio de
Sants-Montjuic), o a su amiga y amante, la francesita y voluptuosa
Lorette. O a Mireia, otro secundario que será capital en la trama,
por distintos motivos que se revelarán en su momento. También
tropezará con Claudio el chileno (su Sancho panza indómito y
lenguaraz en el arte de la venta a domicilio), o Xisco el
gigantón de Premiá de Mar, o Ángel su primo, cara de angelito,
Alberto con su ceño siempre fruncido y unicejo de Blas, o Sonia y
sus rastas y su mascota Scarlett, todos ellos comerciales,
imberbes casi todos y en edad de vida ociosa, serán su grupo de
trabajo como vendedor ambulante. Daremos con otros, la Santísima
Trinidad hippie-marxista-posmoderna formada por Luzmila, Chuchi
“Jesuscristo” (personaje extravagante y místico) y Olgui, y
más adelante en Arco de Triunfo con Ainhoa y su hija de pelo
astroso, o su exmarido Carles el vampiro hippie y
seguidor de Carlos Castaneda. Desfilarán otros, de Santander
estos: Violeta, Valerio, Nina, a través de recuerdos o del teléfono.
También personajes de su pasado, esos amores de la infancia
evocados, de la adolescencia, amores platónicos, irreales, perdidos,
Patricia, Mónica, Silvia, su abuelo, su abuela, su madre, su
padre, su tío, etc... En la tercera parte conoceremos a sus
compañeros de trabajo en su siguiente empleo como telepoperador: a
su coordinadora jefe Rosanna, Xoel, greñudo y heavie metal de chupa
de cuero y voz grave de cimmerio, a Albert, el coordinador pelota que
prepara oposiciones para mosso de squadra, etc. Aparecerá de
improvisto en una noche tediosa Lucía, cocinera profesional que no
simpatiza con la cocina de Ferrán Adriá pero sí con la de
Santamaría, o el mendigo tejedor y
su Estrella (importante también en la novela). O por
último Mar, chica cuarentona algo infantil con la que convive su
amigo Ramiro en una extraña (como tantas) relación, con dosis de
sexo e intereses encontrados y un chihuahua enloquecido. Ella, pueril
de espíritu, amante de las pastillas y los tranquimazines, porfíando
por unas migajas de amor y afecto de Ramiro. Y todos los fantasmas
que conviven en la mente de Ramiro, fumador de marihuana, adicto a
todo lo que le pongan, en su desesperación por un divorcio de años
atrás que lo dejó en estado de suspenso general. Todo esto en un
pisito desvencijado de Hospitalet de Llobregat, barrio de La
Torrassa. Allí, junto a ellos dos (más el chihuahua), residirá
Daniel en su última etapa en Barcelona, entremetido en un zulo
polvoriento habilitado como dormitorio para él. Pero antes también
surgirán Oli y Miri (la hermana de Klara y su novia), entre
recuerdos, sí, pero también entre encuentros inexplicables
(¿serendipias?) que suceden en los túneles del metro. Y por último
como no, estará la propia Klara, resplandeciendo perenne entre todos
ellos, oculta en la mente de un apesadumbrado y desconcertado Daniel.
Un Daniel a veces alterado, otras desbordado, muchas melancólico o
hastíado, reo en su propia prisión de cristal sin salida, atisbando
a través del vidrio que le separa de un mundo que no comprende.
Marcos
Pérez.
La sonrisa de Klara (suburban girl) - 2022- 718 páginas.