lunes, 8 de septiembre de 2025

Preguntas alumnos de la Universidad de Formosa (Argentina) sobre la novela Agelasto (II)

 Aquí dejo el segundo bloque de preguntas, pertenecientes a Brisa y Serena por un lado, a Sofía G. por otro, y a Giulana por último.



Brisa y Serena:



1) ¿Qué otros autores o libros influyeron en la estética o en la filosofía de Agelasto?



Hola, Brisa y Serena, un saludo.



Si hablamos de influencias conscientes, por encima de todos debo señalar a Arthur Schopenhauer y su filosofía del mundo como voluntad y representación. Para él, la voluntad es la raíz del sufrimiento: deseamos cosas constantemente y ese deseo nos condena. La única solución, según Schopenhauer, sería no desear nada. No querer nada. Pero eso es prácticamente imposible en un mundo como el actual, donde todo está diseñado para incentivar el deseo, para desear y ser deseables. Vivimos en una lógica de seducción y de mercado. Nuestra voluntad se ha vuelto dispersa, fragmentada, en constante búsqueda de satisfacción… pero esa satisfacción siempre es efímera, y el ciclo se reinicia. Esa es la masa sobre la que se fundamenta la tarta de Agelasto. El resto —las voces, los temas, los tonos— son ingredientes que se suman a esa base.


La visión del protagonista es puro Schopenhauer: ve la vida como un territorio inevitablemente vinculado al sufrimiento. Junto a él, por supuesto, están los existencialistas del siglo XX: Camus, Sartre, y autores del teatro del absurdo como Ionesco (no tanto Beckett, curiosamente). También están Kafka, Cioran, Dostoyevski, y vuestro paisano Sábato o Roberto Arlt, entre otros.


Si tuviera que mencionar algunas novelas concretas que siento cercanas —por tono, por enfoque, por raíces compartidas—, diría:

· Ampliación del campo de batalla (1994), de Michel Houellebecq



· El túnel (1948), de Ernesto Sábato


· El extranjero (1942), de Albert Camus



· La náusea (1938), de Jean-Paul Sartre


· El solitario (1973), de Eugène Ionesco



· El quimérico inquilino (1964), de Roland Topor

· American Psycho (1991), de Bret Easton Ellis



· Memorias del subsuelo (1864), de Fiódor Dostoyevski


· Y también Los siete locos (1929), del argentino Roberto Arlt —una novela magnífica.



Todas estas obras, de un modo u otro, dialogan con el nihilismo, la alienación y el malestar contemporáneo, y han sido referentes para mí al escribir Agelasto.




2) El tono despojado y a veces crudo de la prosa, ¿fue una elección para reforzar la alienación del narrador?



Sí. Necesitaba un estilo chato, aséptico, sin ornamentos. Algo que reflejara la forma en que el protagonista percibe el mundo: sin brillo, sin expectativa, sin afectación. A veces, es cierto, el texto cae en ciertos lirismos sobre todo en las primeras descripciones de las gaviotas o en los paisajes desoladores—, pero ese lirismo funciona más bien como una forma de delirio, un toque alucinado que deja entrever el estado mental del personaje. En general, tratamos con un individuo de un nihilismo muy interiorizado. Su ausencia de voluntad puede resultar desconcertante. No se queja, no lucha, no espera. Solo observa, como quien flota en medio del cosmos.




3) ¿Hubo alguna escena o imagen "fuerte" que se resistiera particularmente a ser escrita?



Sin duda la escena del cadáver del bebé despiezado en el cobertizo. Es una escena muy truculenta. Me debatí bastante entre insinuarla o mostrarla con toda su crudeza. Incluso llegué a escribir dos versiones distintas. Pero finalmente entendí que debía ser lo más explícito posible —debía ser abyecto—. Se trataba de contar el horror desde una mirada aséptica. Y para eso necesitaba describirlo de forma directa, sin adornos. Creo que me ayudó el hecho de que en ese momento acababa de leer Los cantos de Maldoror, del Conde de Lautréamont, quien dijo algo que me marcó: “Cuanto más monstruosos e inconcebibles sean los acontecimientos y entidades descritos, más precisa y clínica ha de ser la descripción.” Supongo que le hice caso. En buena parte, la novela lleva ese trazo.




4) ¿Es posible "volver a la normalidad" después de una catástrofe como la que plantea la novela?



Sí. Ahí está el ejemplo del Covid. A veces da la impresión de que todo aquello fue un mal sueño. Pasamos de tener el virus en la boca de todo el mundo, todo el rato, a no hablar más del tema. Nada. Silencio. Como si no hubiera pasado. En Agelasto ocurre algo similar: el personaje se despierta una mañana y ya no hay virus, ni basura, ni mascarillas, ni gaviotas, ni bebés muertos. Las calles están limpias. La gente sonríe, whatsapea, entra a las tiendas. Vuelve “lo de siempre”. Pero entonces vale la pena preguntarse: ¿Qué es hoy la normalidad? ¿Esa vuelta al consumo, a la pose, al ruido? ¿Eso es lo que el personaje de Agelasto debería considerar como normal?




Sofía G.:

- ¿Cómo te inspiró la pandemia para escribir "Agelasto"?



Hola, Sofía G, un placer.



En ese momento todos nos encontrábamos en un periodo de gran confusión, alimentado por la ambigüedad constante en las informaciones. Las autoridades, al menos en mi país, no hicieron más que incrementar esa confusión. Lo mismo podría decirse de la OMS —al fin y al cabo, está al servicio de las grandes farmacéuticas. El mundo parecía estar colapsando. Las versiones sobre el virus eran, como mínimo, contradictorias: un día las mascarillas no eran necesarias, al siguiente eran obligatorias; un día podías contagiarte al aire libre, y otro solo en espacios cerrados. Era, sencillamente, desconcertante.


Pero si hubo algo que verdaderamente me tocó fue la imagen de las máscaras. Todas esas personas envueltas, anuladas, caminando por supermercados y calles en silencio. Y, por supuesto, las muertes de personas mayores —tratadas casi como si fueran ganado—, junto a los mensajes buenistas en televisión, que despertaban en no solo tristeza, sino un malestar profundo. En muchos casos veía una doble moral repugnante. Recuerdo especialmente cuando solo se podía salir de uno en uno a pasear (absurdamente decían que podíamos contagiarnos en la calle), y una madre sacó a su hijo, que tenía retraso mental. Los vecinos, desde las ventanas, empezaron a insultarlos y a amenazarlos. Probablemente los mismos que aplaudían cada noche a los sanitarios desde esos mismos balcones. Me inspiró bastante, sí. No tanto como evento médico, sino como espejo de lo que realmente somos cuando el miedo lo atraviesa todo.




- ¿Qué aspectos de la experiencia de confinamiento querías destacar en la novela?



En realidad, el confinamiento fue un pretexto para contar algo más íntimo. La pandemia como evento merece ser narrada —también por respeto a quienes murieron por abandono o negligencia —, pero esta historia podría haberse situado en otro contexto. Lo que me interesaba era explorar el mundo interior que se activa cuando todo se detiene afuera. Ahora bien, es cierto que estaba imbuido de todo aquel proceso: las mascarillas, los mensajes contradictorios, los cambios constantes en la información, las muertes masivas de ancianos en residencias, el confinamiento autoritario, la posterior vacunación, los movimientos antivacuna o negacionistas… Recuerdo especialmente un momento concreto.


El gobierno de mi país planteó —y esto se dijo en rueda de prensa— la posibilidad de aislar a los infectados en edificios específicos, sellados, como si fueran guetos sanitarios (algo que me recordó vivamente a la novela Ensayo sobre la ceguera de Saramago). No es una exageración: ocurrió. Se habló en serio. Luego fue olvidado en cuestión de as, como si nunca hubiera pasado. Pero yo lo escuché, y no podía creerlo. En ese instante me pareció que se estaba abriendo una grieta muy peligrosa: la de la diferenciación entre sanos y enfermos, es decir, entre los “buenos” y los “malos”. Y eso lo estaban instalando los propios gobiernos, con absoluta irresponsabilidad. Porque ese es el verdadero problema de la política contemporánea: no solo su corrupción, sino su cretinismo insuperable. En el fondo, Agelasto solo araña la superficie de todo aquello. El confinamiento y la pandemia dan para una novela mucho más amplia… y mucho más aterradora.

- ¿Qué reflexión o mensaje querías transmitir a los lectores a través de "Agelasto"?



Creo que esa respuesta debe salir de cada lector, según su interpretación. Estoy convencido de que cada lector sacará algo distinto de la novela, y no será por lo que yo diga aquí en estas preguntas, sino porque verá en ella cosas que yo mismo no imaginé, ni pensé, ni valoré al escribirla.

Una novela no es un mensaje envasado. Es más bien un espejo donde cada uno deposita su mirada, su experiencia, su sensibilidad. Por eso, la relación entre escritor y lector es una de las más creativas que existen. Ambos proyectan, ambos transforman. La obra, en el fondo, no termina de escribirse hasta que alguien la lee.




Giuliana:

1) ¿Tiene usted algún tipo de formación académica o literaria que lo ayudara en la producción de su libro?



Hola Giuliana, un saludo.



No. Me considero un simple diletante que intenta aprender cada día. Mis conocimientos literarios y filosóficos vienen del estudio personal, de muchas lecturas —de filosofía, de novela— y de la experiencia de la vida. Apelo, ante todo, a leer filosofía. Creo que nadie sabe cuán importante es, especialmente en una sociedad tan pragmática y orientada al entretenimiento inmediato como la nuestra. Pensar está mal visto. Detenerse, hacerse preguntas, incomodar... todo eso molesta. Y evidentemente, hay quienes se benefician de que las personas no se detengan a pensar. Estamos entrando en tiempos difíciles, también en lo económico. En España, por ejemplo, muchos jóvenes no pueden independizarse. Los alquileres son inasumibles, los salarios precarios, y la sensación de futuro se ha ido debilitando. Las nuevas generaciones están empezando a conocer la desesperanza, el desengaño. Pero de ahí también puede surgir una nueva forma de resistencia, de negación, de oposición a esta cultura del espectáculo y de la distracción permanente.


La filosofía es esencial para articular cualquier forma de pensamiento crítico. Y quizá por eso no interesa demasiado. El poder la ve como una amenaza. La filosofía no está para dar respuestas, sino para sembrar incertidumbres, para incomodar, para cuestionar hasta lo patológico todo pensamiento dado por válido. Y más allá de eso, simplemente recomendaría una cosa: leer mucho. No perder ese hábito. Intentar leer un poco cada día. La lectura, en sí misma, ya es una forma de resistencia.




2) ¿El uso de ciertas palabras o frases presentes en Agelasto, que no son muy comunes en nuestra región (Argentina, Formosa) como por ejemplo, en la página 10, primera parte, capítulo 1:"Anónimos y *mercachifles* varios decían poseer información de alto secreto sustraída a medios oficiales en los que *se contaba con pelos y señales* como las fuerzas policiales habían hallado" llaman mucho la atención, son comunes a su región o es un recurso creativo del autor? Si es perteneciente a su región ¿Cuál es esa región y a qué país pertenece?



Son palabras del castellano tal como se emplea en España. En el ejemplo que mencionan, mercachifle no sería una palabra de uso coloquial habitual, sino más bien un término literario o arcaizante, que utilicé como recurso estilístico. En cambio, la expresión con pelos y señales es

bastante común en el lenguaje oral.



Soy español, nacido en Santander, una ciudad del norte del país.




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