Moira.
(el dolor espiritual, la pérdida del hijo, la ouija)
La madre espiritista. Madre solitaria, espiritista amateur y trabajadora precaria. Moira atiende una caja registradora en el supermercado, pero su vida real ocurre en casa: un altar doméstico levantado en torno a la muerte de su hija, cuya causa es incierta —¿accidente?, ¿asesinato?, ¿culpa propia?—. En medio del duelo, practica sesiones de ouija, rodea de velas una fotografía, interroga al vacío con una fe desesperada. En su episodio —uno de los más intensos de la novela— Moira entra en trance, habla lenguas antiguas, adopta posturas convulsas, implosiona. Su dolor trastoca al protagonista, lo enfrenta a lo irreparable. Ella representa la grieta por donde se cuela lo sobrenatural: no como fenómeno fantástico, sino como necesidad humana de sentido ante lo insoportable.
Moira canaliza el núcleo emocional y simbólico del relato. Introduce el duelo extremo como límite de lo racional, y conecta lo íntimo con lo trascendente.
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